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Uno se encuentra ante esas largas estanterías colmadas de botellas oscuras, con etiquetas a cuál más sugestiva, sobria y elegante; así que, la cesta en el suelo, los brazos en jarra, y a pasear la mirada y la indecisión por todos los productos.
Y al descubrir, franqueados por el ejército de Riojas a un lado, y los Ribera del Duero por el otro, -que ocupaban, prácticamente, todos los estantes entre los dos-, los D.O. Somontano, sonreí sutilmente. ¡Anda! un Enate, un Viñas del Vero... ¡Vino de los aledaños de Guara! De alguna manera, me sentí reconfortado al ver que estaban ahí. Presentes entre los reconocidos Ribera, y excelentes Rioja. Y es que, como dicen los entendidos, un vino se cría según su lugar. Es por eso que se idearon las Denominaciones de Origen.
Es de alguna manera, una presencia oscense, muy sensitiva, en remotos lugares. Pero también el hecho de la presencia de muchos otros lugares en formato de botella (se hacen vinos por todo el globo), en dispares sitios, y eso es, de alguna manera, pluralidad, riqueza; por más que den premios, cuando se hace bien, hay diferencias, pero no jerarquías (por supuesto, los Vega Sicilia, parecen ser mundo aparte). Como ya se sabe, hoy todo parece estar más cerca... y ello provoca que haya disparidad y más opciones; aunque, a su vez, provoque que surjan anhelos de consolidar y reflejar, de una manera u otra, las identidades propias.
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